CREACIONISTAS: LOS REYES DEL ABSURDO

lunes, 20 de junio de 2011

“Todos cuantos dudan de la Palabra de Dios, quedan excluidos de reconocer y razonar la ciencia verdadera”. Esta es una de las perlas que uno puede leer en el encabezado de La Baza de Dios, el blog del señor Antonio Ruiz Palacín, cristiano radical que llama “engañabobos” a Darwin y propone un sistema Geocéntrico en sustitución del “falso Heliocentrismo”. Opiniones como esta, por disparatadas que parezcan, son en realidad el pan nuestro de cada día para miles de cristianos de todo el mundo. A estos cristianos se les conoce como creacionistas.

Los creacionistas son un colectivo de cristianos inmunes al ridículo que defienden que la Tierra tiene alrededor de cinco mil años, o que está fija, con el Sol y el resto de astros del Universo girando en torno a ella. A estos geocentristas del siglo XXI se les pueden sumar los creacionistas de la Tierra Plana, fósiles vivientes que aun niegan la esfericidad de la Tierra. Por supuesto no todos los creacionistas son geocentristas, ni mucho menos Terraplanistas. Lo que sí es común a todos ellos es la creencia de que la vida (incluida la humana) no evolucionó con el tiempo a partir de un antepasado común, sino que apareció de repente sobre la faz de la Tierra por voluntad divina (Dios). Dicho esto, podríamos concluir que un creacionista es, simple y llanamente, una persona que interpreta literalmente la Biblia y extrae de ella “verdades” sobre nuestro origen y la historia de la Tierra como si de un libro científico se tratase. Alguien que piensa con la Biblia en lugar de con la cabeza.

¿Pero como es posible negar hechos científicos sobradamente probados como la avanzada edad de la Tierra, su esfericidad, el sistema solar o la evolución biológica, en plena era del conocimiento? La razón es realmente simple: todas estas teorías se oponen frontalmente a la visión bíblica acerca del origen de la vida, la Tierra y el Universo. Si los creacionistas defienden que la Tierra apenas tiene unos pocos miles de años es porque sumando las genealogías y las edades de los patriarcas bíblicos, esa cifra es coherente e inequívoca. Si los creacionistas se oponen a la evolución biológica es porque el Génesis cuenta que tanto los hombres como los animales fueron creados por Dios en un solo paso. No hay otra razón. No hay argumentos serios a favor de las absurdas ideas creacionistas. Toda lo que hay es una determinada creencia, accesible, barata, que reconforta, que es un consuelo y que ofrece cánones de moralidad claros e inmutables. Cuando el señor Palacín (o cualquier otro creacionista) se opone a la evolución o al heliocentrismo lo que está haciendo en realidad es defender ideas y valores a los cuales no está dispuesto a renunciar.

En general a los seres humanos nos cuesta muchísimo aceptar que estamos equivocados, aunque en contra de nuestras creencias surjan argumentos de peso. Inconscientemente, olvidamos los argumentos contrarios a nuestras creencias, o bien los despreciamos o los negamos. Por el contrario, vemos por todos sitios “pruebas” que confirman nuestras creencias en simples anécdotas o casualidades. Cada vez que el señor Palacín dice que la Biblia, en sus indicaciones sobre principios científicos o fenómenos naturales, ha resultado ser exacta, lo que en realidad quiere decir –pero no lo dice–, es, simple y llanamente, que ha encontrado la manera de interpretar el texto bíblico de manera que, a su juicio, ya no parezca entrar en contradicción con alguno de los descubrimientos de la ciencia. Por ejemplo, Palacín afirma que la teoría de la tectónica de placas ya venía reflejada en la Biblia, pues “en la genealogía descendente de Noé, a uno de los hijos de Heber le pusieron por nombre Peleg, que significa división o partición de la Tierra”. Veamos: lo que es cierto es que, efectivamente, Peleg significa “división”. Pero de ahí a concluir que el autor bíblico se estaba refiriendo a la división de los continentes equivale a saltar al vacío sin red ni paracaídas.

El problema de oponerse a teorías bien establecidas por la ciencia es que hay que justificarse a sí mismo y a los demás por qué la comunidad científica sostiene teorías contrarias a las Sagradas Escrituras. Y aquí es donde los creacionistas, reyes del absurdo, se convierten además en los auténticos campeones de la conspiranoia.

Esto queda reflejado cada vez que afirman que los científicos mienten deliberadamente al mundo. Sin embargo, ¿cómo es posible que todos los científicos estén tan ciegos como para no ver las verdades absolutas que se desprenden de la Biblia? ¿Por qué nos mienten? ¡No es posible que geólogos, biólogos, paleontólogos, físicos o astrofísicos mientan deliberadamente sin una buena razón!

Después de siglos de sesuda deliberación los creacionistas han hallado dos buenas razones que justifican tanta conspiranoia. A saber:  

  1. Los científicos mienten porque son ateos.
  2. Los científicos mienten porque están poseídos por el Demonio.

Para evitar caer en el cachondeo y proseguir con el texto nos centraremos solo en el punto uno: el supuesto ateismo de los científicos.

Los creacionistas insisten en esto una y otra vez. Sin embargo este argumento presenta un problema de base. Y es que ser ateo no es algo malo. Un ateo (sobre todo si es científico) es simplemente una persona de intelecto inquieto que, por medio de la reflexión, ha concluido que hay razones lógicas que pueden explicar los fenómenos naturales sin tener que recurrir a entes mágicos, y piensa que es absurdo llenar de dioses los vacíos en el conocimiento. Por tanto no existe relación alguna –aun suponiendo que todos los científicos del mundo fueran ateos, lo cual no es cierto–, entre el hecho de ser ateo, y el hecho de que la Tierra gire alrededor del Sol o que la vida sobre la tierra evolucione a partir de un antepasado común. Dicho de otro modo, ¿por qué motivo iba un científico, ateo o no, a insistir en que la Tierra gira alrededor del Sol si en realidad fuera al revés? Decir que el ateísmo lleva a los científicos a negar que la Tierra sea el centro del Universo y el hombre el centro de la Creación Divina equivale a decir que no me gusta el futbol porque soy rubio.

Las siguientes premisas forman parte del amplio repertorio creacionista.

  1.  Toda teoría científica que entre en conflicto con la Biblia es falsa, por contrastada y probada que esté. La Biblia es un libro sagrado y por tanto es infalible. Si la Biblia dice que Noé vivió 900 años es porque Noé vivió 900 años.
  2. Los científicos son personas malvadas que pretenden confundir y engañar a la comunidad cristiana. De cuando en cuando se reúnen e inventan teorías disparatadas que contradicen los hechos infalibles narrados en la Biblia.
  3. Cualquier anécdota es válida si parece confirmar los textos bíblicos. Por el contrario todo hecho contrastado se toma por falso si contradice dichos textos. Las pruebas a favor o en contra carecen de importancia.
  4. Los vacíos en el conocimiento demuestran la existencia de Dios. Como no se sabe como surgió el Universo, Dios creó el Universo.
  5. Las cosas buenas se atribuyen siempre a Dios. Las malas al hombre. Los desastres naturales representan castigos Divinos contra los pueblos que se han alejado del camino de la Fe. (Pero Dios ama a los hombres).
  6. Los científicos que escriben refutando teorías oficiales como la evolución o el heliocentrismo dicen la verdad (¡Lo dice la ciencia!). Si muchos científicos escriben confirmando teorías oficiales como la evolución o el heliocentrismo mienten.
  7. Las conversiones al cristianismo serán prueba irrefutable de la existencia de Dios. Las apostasías serán prueba irrefutable de la existencia del Demonio.

Por estúpido que pueda parecer todo esto, lo cierto es que no todos los creacionistas son tontos o carecen de formación. Muchos cristianos inteligentes creen muchas de estas cosas, como por ejemplo el señor Palacín, que, aunque es verdad que no posee formación académica alguna, maneja fórmulas y ecuaciones con fluidez cada vez que defiende sus estúpidas ideas geocentristas. Lo que ocurre es que ni el señor Palacín ni otros creacionistas formados académicamente creen lo que creen por razones intelectuales. Tanto los creacionistas inteligentes como el resto de creacionistas tienen necesidades emocionales, por mucha matemática, física o geometría que sepan. La diferencia entre los creacionistas más burros y los creacionistas como Palacín es que estos últimos defienden mejor su postura. 





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DIOS Y LA COMPLEJIDAD IRREDUCTIBLE

sábado, 11 de junio de 2011


El argumento de los sistemas de “complejidad irreductible”, inventado por Michael Behe, es uno de los más utilizados por los creyentes en un Diseñador Inteligente (D.I). Según estos creyentes, en la naturaleza se observan sistemas complejos como el ojo humano, el flagelo de las bacterias o la coagulación de la sangre que, por fuerza mayor, han debido de aparecer en un solo paso, mediante la intervención de un diseñador inteligente (Dios).

En realidad el argumento defendido por Behe no sólo presenta problemas, como en seguida veremos, sino que ni siquiera es novedoso. Ya en 1691, el naturalista y filósofo John Ray había señalado que el diseño funcional de todas las obras de la naturaleza evidencia que son “Obras creadas por Dios en principio, y por Él conservadas hasta este Día”. También el teólogo William Paley, en su obra Teología Natural(1803), plasmó su famosa analogía del relojero. Según Paley, si encontramos un reloj abandonado, la compleja configuración de las partes nos llevaría a concluir que todas las piezas han sido diseñadas para un mismo propósito y dispuestas para un uso concreto, y que alguna inteligencia superior debió hacerlo. Paley había observado que los animales y los vegetales también manifiestan síntomas del supuesto “diseño”, pues en el fondo son como piezas de una compleja máquina que interactúan para contribuir a la supervivencia del organismo. Por ejemplo, el pico de un pájaro carpintero es más duro que la corteza del árbol, de modo que puede utilizarlo para abrir agujeros en sus troncos. La dureza del pico, la rigidez de la cola o la longitud de su lengua representan, según Paley, piezas diseñadas con el propósito de ayudar al pájaro carpintero a obtener su comida favorita. Paley conjeturó que sólo un Creador Omnipotente podría ser este Diseñador Inteligente.

En lo que tanto Behe como Paley tienen razón es en que, ciertamente, muchos organismos exhiben un diseño complejo. Pero sucede que no se trata de una complejidad irreductible, surgida en un solo paso, tal y como señalaba el Génesis bíblico. Todo lo contrario. El diseño surge de manera gradual, paso a paso, acumulándose e impulsado por el éxito reproductivo de los individuos con elaboraciones más complejas cada vez. Por ejemplo, probablemente el ancestro del pájaro carpintero tuviera un pico más corto. Pero su descendiente pudo haber tenido un pico un poco más largo, pues hay que recordar que el proceso de “copias” no es perfecto. Con ese pico superior el pájaro obtuvo una pequeña ventaja con respecto a sus congéneres, por lo que incrementó sus posibilidades de supervivencia y, por ende, tuvo más descendientes que el pájaro típico. Además, estos descendientes ostentaban las mismas características ventajosas que su ascendiente, por lo que tuvieron mayores posibilidades de reproducirse. Luego, tras muchas generaciones, todos los pájaros contaban con picos más largos. A esto Darwin (1809-1882) lo llamó selección natural, y la selección natural es capaz de diseñar cualquier cosa, por muy compleja que parezca.

El propio Darwin, en su autobiografía, escribió:

El antiguo argumento del diseño en la naturaleza, tal como lo expone Paley, que antes me pareció tan concluyente, se viene abajo ahora que la selección natural ha sido descubierta. Ya no podemos argumentar que, por ejemplo, la hermosa charnela de una concha de bivalvo debió de ser diseñada por un ser inteligente, como la bisagra de una puerta construida por un hombre.

Cómo se puede apreciar el argumento de la complejidad irreductible presenta un importante fallo: la aseveración de que el sistema es “irreductible”. Y no es solo que prácticamente ningún científico apoya la hipótesis de Behe, sino que además existe abundante literatura científica en contra. Además, aun asumiendo la irreductibilidad de algunos sistemas, el no poderlo explicar mediante la acumulación de cambios graduales, tal y como propone la selección natural, no demuestra que la hipótesis de un diseñador inteligente sea correcta. Dicho de otro modo, si la teoría A es falsa, la teoría B no tiene por qué ser necesariamente verdadera. De hecho, Lynn Margullis ofrece una alternativa a la evolución gradual del flagelo bacteriano: la endosimbiosis.

Amén de todo lo dicho, el argumento del Diseñador Inteligente (Dios) presenta un problema –quizá– mayor todavía. Y es que si los casos de perfecta funcionalidad de algunos organismos sugieren un Diseñador Inteligente, ¿qué sugieren entonces las deficiencias, las imperfecciones o la crueldad?

Consideremos la mandíbula humana. Poseemos demasiados dientes en comparación con el tamaño de la mandíbula, de manera que debemos extraernos las muelas del juicio. ¿Son las muelas del juicio un ejemplo de diseño inteligente, o más bien incompetente? Consideremos el canal de nacimiento de las mujeres, demasiado estrecho para la cabeza de un niño, de modo que miles de bebés y muchas madres mueren durante el parto. ¿Otro ejemplo más de Diseño Inteligente? Yo más bien diría chapucero.

Consideremos también que la crueldad está impregnada en toda la naturaleza, llegando a veces hasta el sadismo más extremo. Tomemos como ejemplo las interacciones de apareamiento entre el macho y la hembra en algunos insectos y arañas. Un ejemplo muy conocido es el de la mantis religiosa que devora al macho después de finalizar el coito. Otro caso  también conocido es el de las avispas icneumónidas. Estas avispas ponen sus huevos en insectos vivos (principalmente orugas), pero no antes de haberlos paralizado. La oruga (o el insecto que sea) es mantenida viva mientras las larvas van creciendo dentro y comiendo lentamente las partes internas en un orden adecuado, primero los cuerpos grasos y los órganos digestivos, y luego el sistema nervioso y el corazón. También el biólogo español Francisco Ayala (1934) apuntó algo al respecto recientemente. Según el biólogo:  

El 20% de todos los embarazos acaba en abortos espontáneos durante los dos primeros meses, debido a que el sistema reproductor humano está muy mal diseñado. Si dios es el responsable de ese diseño, eso le convierte en el mayor abortista del mundo, que tiene que dar cuenta de 20 millones de abortos anuales. Si eso no es una blasfemia, no sé qué es.

¿Qué tipo de dios torpe y cruel es el responsable de todo esto? No desde luego un dios benevolente que se preocupa por sus obras. No desde luego el dios del amor y la misericordia del judaísmo, el cristianismo y el islam.

El filósofo inglés David Hume planteó magistralmente el problema:

¿Está Dios dispuesto a evitar el mal, pero no es capaz? 
Entonces es impotente. 
¿Es capaz, pero no está dispuesto?
Entonces es malvado.
¿Es capaz y está dispuesto?
Entonces, ¿por qué existe el mal?

Conclusión: la imperfección de muchas estructuras no es, en modo alguno, una prueba a favor de la existencia de un Diseñador Inteligente, sino una sólida prueba de la evolución. Aparte de esto, todo lo que usted acaba de leer no descarta la existencia de Dios, pero sí desmantela uno de los argumentos más utilizados a favor de su existencia.
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LA TETERA DE RUSSELL

sábado, 28 de agosto de 2010


Gracias al auge del conocimiento, creer en Dios no es ya una cuestión de argumentos, sino estrictamente una cuestión de fe. Así pues, frente a la imposibilidad de demostrar la hipótesis de Dios, los teístas objetan en ocasiones que los no creyentes tampoco podemos demostrar que Dios no exista. Sin embargo esto carece de criterio, primero porque por esa regla de tres el teísta cristiano tampoco puede demostrar que los dioses de otras religiones no existen, así como sus respectivos mitos de la creación. Pero sobre todo porque cuando se habla de cosas no demostrables, el que debe aportar pruebas no es el que niega, sino el que afirma.

Dios no es una entidad que podamos observar a simple vista, sino un ser incompatible con las leyes de la naturaleza y la realidad. Es decir, no es obvio, sino todo lo contrario: etéreo, indeterminado, ilimitado; una entidad cuya existencia es la suma de todas las improbabilidades. Si actuamos con honestidad debemos aceptar que todo juicio afirmativo de existencia es falso mientras no se pruebe lo contrario.

Para refutar la idea de que le corresponde al escéptico desacreditar las afirmaciones a favor de la existencia de Dios, el filósofo Bertrand Russell (1872-1970) creó una analogía que se conoce como La tetera de Russell. El filósofo la expuso así:

“Si yo sugiriera que entre la Tierra y Marte hay una tetera de porcelana que gira alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie podría refutar mi aseveración, siempre que me cuidara de añadir que la tetera es demasiado pequeña como para ser vista aún por los telescopios más potentes. Pero si yo dijera que, puesto que mi aseveración no puede ser refutada, dudar de ella es de una presuntuosidad intolerable por parte de la razón humana, se pensaría con toda razón que estoy diciendo tonterías. Sin embargo, si la existencia de tal tetera se afirmara en libros antiguos, si se enseñara cada domingo como verdad sagrada, si se instalara en la mente de los niños en la escuela, la vacilación para creer en su existencia sería un signo de excentricidad, y quien dudara merecería la atención de un psiquiatra en un tiempo iluminado, o la del inquisidor en tiempos anteriores”.

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